
AND: Editorial – el castigo de Bolsonaro y nuestros ‘héroes’ del ‘Estado Democrático de Derecho’
A continuación compartimos una traducción no oficial del Editorial de A Nova Democracia (AND).
La decisión del ministro del Tribunal Federal Supremo (STF), Alexandre Moraes, de poner a Bolsonaro bajo arresto domiciliario, perturbó la unidad ya debilitada en el núcleo de las clases dominantes locales sobre la conducción del proceso es evidente. Que Bolsonaro debe ser encarcelado es una unanimidad en el Alto Mando de las Fuerzas Armadas; él y sus más cercanos se han convertido en los chivos expiatorios de la intentona golpista de la generalidad anticomunista. También es una unanimidad en el “centrão” y en la derecha liberal, que buscan ocupar el espacio electoral dejado por él, como un “bolsonarismo moderado”. Sin embargo, crecen las reticencias que serán, desde ahora, aprovechadas por la extrema derecha para aliviar a su líder. Por ejemplo, los voceros de la gran burguesía paulista, como el Estadão y la Folha de São Paulo, casi pidieron el impeachment de Alexandre de Moraes en sus editoriales del 5 de agosto; este último llegó a clamar para que se restablezcan las “garantías constitucionales” de Bolsonaro, lo que coincide con todo el discurso bolsonarista, ¡vaya sorpresa! Es notable que el entusiasmo con el que los monopolios de prensa defienden las “garantías constitucionales” de Bolsonaro no se verifica cuando estas violaciones van en contra de los propios corifeos de la izquierda burguesa que tanto los ayudan en el mantenimiento del viejo orden; y no sin razón, se hacen los mudos frente a su práctica permanente y sistemática contra los pobres.
A continuación, las reacciones bolsonaristas han crecido, con presión en el Congreso para que se discuta la “amnistía” a los “gallinas verdes” del 8 de enero y, en el Senado, la impugnación de Moraes, intentando respaldarse en los mensajes filtrados del gabinete del ministro aún en 2024. Todo toma contornos aún más propicios a la inestabilidad cuando las sanciones económicas contra Brasil, impuestas por el imperialismo yanqui y su perro de franja rubia que ocupa la “Casa Blanca”, repercutirán en la economía y, por ende, contra el gobierno. La tendencia principal sigue siendo, por un lado, que tales presiones no liberen a Bolsonaro de la condena, y por otro, que tales presiones acentúen la crisis política e institucional, con una actitud obstinada de la oposición bolsonarista por bloquear la agenda del Congreso, generar inestabilidad, lo que resultará en un chantaje aún mayor del “centrão” al gobierno para mantenerse en la “base aliada”, etc. En resumen, toda la situación resultará en una mayor hemorragia para el gobierno de turno, con miras al regreso de la derecha bolsonarista a la presidencia de la república, respaldada aún por los bajos índices de aprobación del gobierno. Y, por supuesto, todo confluye para que Bolsonaro cumpla, tras ser encarcelado, una parte menor de la pena que seguramente recibirá.
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Las sanciones de Donald Trump, cabe mencionar, solo se vinculan de manera lateral con el caso de Bolsonaro. En este momento, Washington impuso nuevas sanciones económicas contra India, entre las cuales se encuentra una que es equivalente a la de Brasil, con un 50%, por comercializar petróleo con Rusia. El objetivo inmediato de Trump es asfixiar a los socios comerciales de Rusia que han sido fundamentales para la continuidad de la guerra contra Ucrania: Putin ha demostrado ser hábil en no verse afectado por las sanciones directas de los yanquis, apoyándose cada vez más en China y en los BRICS. Ha logrado prolongar la guerra y conquistar nuevos territorios ucranianos, lo cual es pésimo para los yanquis, que se ven obligados a desviar sus objetivos principales en el Pacífico para sostener a la podrida y corrupta burocracia de Kiev; una burocracia que ha demostrado ser incapaz de defender la causa patriótica ucraniana, y que, en cambio, se posiciona como un mero e ineficaz intérprete de los intereses yanquis y de la OTAN (EE.UU. y las potencias imperialistas de Europa).
Todo esto demuestra que las sanciones económicas yanquis contra Brasil buscan, por un lado, un intento de acortar la rienda con la que controla su semicolonia Brasil, buscando distanciarla de alianzas con el imperialismo ruso y el socialimperialismo chino (incluso en el caso de alianzas frágiles y menores), y, por otro, saquear ciertos recursos estratégicos abundantes en nuestro país, como las tierras raras y los minerales críticos. El gobierno de Luiz Inácio ya ha dicho que podría ceder en el segundo punto. Veremos cuánto tiempo mantiene una postura antiyanqui en el primero.
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Pocos días después del arresto domiciliario de Bolsonaro, en un proceso en el que abundan las pruebas y corroboración de la organización criminal golpista que creó y dirigió, podemos observar la persistencia del “capitán del arbusto” en la falsa polarización y, en cierto sentido, la supervivencia política de este can en un bastión relativamente invariable. Al menos el 38% de los brasileños considera el arresto necesario, en comparación con el 32% que lo ve como “persecución política” (DataPoder360), en un resultado bastante equilibrado; en otra encuesta del mismo instituto, el 55% de la población rechaza la amnistía para las “gallinas verdes” del 8 de enero, y el 35% está a favor. Además, en marzo de este año, el 45% creía que había persecución política contra Bolsonaro, y el 42% creía que había participado en un intento de golpe de Estado. El líder de la extrema derecha, por lo tanto, mantiene, en esta etapa de su proceso, un apoyo público superior al de su propio gobierno, cuya aprobación alcanzó el 19% a mediados de 2021. Y a pesar de que hoy en día todo el plan para restablecer la dictadura militar fascista es claro y probado, todavía hay una buena parte de la opinión pública que no lo cree. De quienes apoyan a Bolsonaro, no cabe duda de que una buena parte albergaba esperanzas de una ruptura constitucional, aunque algunos rechazan el término “golpe” registrado en las encuestas.
Esto implica que hay cientos de miles, incluso millones, de brasileños que apoyan a Bolsonaro, conscientes de que pretendía “dar la vuelta a la tortilla”. Esa es la gravedad de la situación. Ahora bien, estos hechos demuestran que el bolsonarismo y la extrema derecha no fueron derrotados, ni política ni ideológicamente, por la vía burocrática del oportunismo y la derecha liberal, ni por su camino de elecciones reaccionarias ni por procesos penales. La consternación que embarga al intelectual pequeñoburgués al darse cuenta de que, incluso con los hechos, el apoyo al bolsonarismo no ha bajado del 30% es típica de alguien que no comprende el fenómeno.
Claro que el problema es que la extrema derecha y el fascismo, manipulando los intereses inmediatos de las masas, apoyados por los sucesivos fracasos del oportunismo en el gobierno y las frustraciones populares con la vieja y corrupta democracia que reprime a los pobres, han capturado a una parte degenerada y muy atrasada del proletariado y el semiproletariado, así como a una buena parte de los pequeños terratenientes arruinados del campo y la ciudad, por no mencionar la esfera más amplia de los fieles alienados, chantajeados por sus “guías espirituales”, a quienes el bolsonarismo influencia mediante una falsa polarización electoral.
En este escenario, combatir a la extrema derecha solo puede lograrse mediante la movilización revolucionaria de las masas en la lucha de clases, lo que presupone que se movilicen por sus propios intereses de clase. En este proceso relativamente largo, las masas, secuestradas por el bolsonarismo, irán desenmascarando que este no es más que el mismo proyecto de dominación, solo que de forma más flagrante, que socava las ya escasas libertades democráticas del pueblo, conquistadas con tanto esfuerzo. No servirá a sus intereses porque, al igual que el oportunismo electoral socialdemócrata y toda la reacción de pequeños partidos que ya han ocupado cargos en los gobiernos federales, estatales y municipales, también está comprometido con intereses que prevalecen sobre los suyos: los de las clases dominantes locales y el imperialismo. El oportunismo y la derecha liberal no tienen ningún interés en movilizar a las masas, porque hacerlo significa intensificar el choque entre los intereses antagónicos que enfrentan, por un lado, a los obreros, los campesinos, los estudiantes honestos y los intelectuales, las mujeres y los pequeños y medianos terratenientes, contra, por otro, la burguesía local (banqueros, industriales, comerciantes), los terratenientes y las corporaciones imperialistas; y el oportunismo y la derecha liberal están precisamente del lado de estos últimos.
Por lo tanto, aunque genera justificados sentimientos positivos entre las masas progresistas, como una especie de alivio de toda la masacre de la que este perro fue responsable, por no mencionar toda su conspiración golpista que buscaba restablecer el terrorismo contrarrevolucionario del régimen militar, el arresto domiciliario de Bolsonaro no es la panacea para la causa democrática, como pretenden los defensores del “Estado Democrático de Derecho”. Al contrario, utilizan las tonterías de la extrema derecha no para promover la democracia, sino para mantener su vieja fachada que justifica el sistema centenario de explotación y opresión que impide el progreso de los trabajadores y la independencia de la nación. Por nuestra parte, progresistas, patriotas, demócratas revolucionarios, celebramos todo castigo infligido a la extrema derecha y a los fascistas, incluso si proviene de reaccionarios empedernidos, sin olvidar jamás que estos reaccionarios empedernidos deben ser combatidos con la misma determinación con la que se combate el fascismo, pues ambos no son más que dos caras de la misma moneda, el capitalismo burocrático impuesto a la nación y mantenido por el imperialismo, caras que ocasionalmente chocan. Por lo tanto, sería criminal olvidar o ignorar que las libertades democráticas, amenazadas de muerte por Bolsonaro, siguen siendo rifadas por las mismas “instituciones democráticas” y “nobles figuras” que se presentan como “campeones de la democracia”, pero que también están comprometidos con la lucha contra las propias masas trabajadoras progresistas, luchando por la tierra, mejores salarios, derechos laborales y prestaciones sociales. De la misma manera, también sería un crimen ignorar que el 30% de la población invariablemente apegada a Bolsonaro, esté preso, vivo o muerto, hasta que sea neutralizada o ganada ideológicamente por el avance de la Revolución de Nueva Democracia, seguirá sirviendo como base política y fuerza de maniobra de la contrarrevolución fascista, de donde surgirán obstinadas hordas de “gallinas verdes”, las tropas de choque de la contrarrevolución, listas para movilizarse, desarmadas o armadas, y unificarse en torno al próximo fascista que lidere este movimiento.
Hasta que la lucha revolucionaria penetre y se apodere del bastión del fascismo en Brasil, que es el latifundio improductivo y especulativo, al igual que el monocultivo productivo de exportación primaria, la semilla del terrorismo contrarrevolucionario seguirá reproduciéndose, con avances y retrocesos, pero en una oleada creciente durante mucho tiempo. Por lo tanto, la lucha de los campesinos pobres, siendo precisamente una lucha por la democratización de la propiedad de la tierra y el fin del latifundio, cuando prevalece la dirección proletaria en ella, se fusiona con la lucha fundamental de las masas campesinas y la lucha política por un Nuevo Brasil, democrático, antifascista, próspero, soberano y antiimperialista. Por todas estas razones, los verdaderos demócratas solo lo son si defienden, como centro de la lucha antifascista y de la lucha de clases, la Revolución Agraria.