Chile – El Pueblo: Notas sobre el fascismo y el corporativismo (Segunda Parte)

A continuación compartimos la segunda parte del artículo del que previamente compartimos la primera parte, publicado en el número 101º del periódico El Pueblo de Chile.


El triunfo bolchevique en 1917 marca un antes y un después en el desarrollo de la lucha de clases internacional, irrumpiendo como un trueno la nueva era de la revolución proletaria mundial. Las relaciones económicas imperialistas y la reacción mundial, recibieron un golpe mortal. Todas las fuerzas contrarrevolucionarias entraron en pánico, imponiendo medidas extraordinarias para hacer frente a la revolución en todos los países, en especial en aquellos donde el ascenso del movimiento revolucionario de masas hacía peligrar el viejo y podrido orden.

Esta nueva era, signada por la potenciación de la violencia,verá surgir formas políticas reaccionarias nuevas para hacer frente ala clase obrera y al pueblo combativo, que ya habían mostraron que eran capaces de sostener el Poder revolucionario mediante su dictadura.

Es necesario comprender que el fascismo es un fenómeno político característico del imperialismo. Recordemos que el imperialismo es capitalismo monopolista, parasitario y en descomposición, y agonizante. El imperialismo surge en el momento en que se ha terminado el reparto del mundo entre los países imperialistas. El fascismo surge para hacer frente a la lucha revolucionaria de las masas proletarias y populares en los países imperialistas y en las colonias y semicolonias.

No bastaba con reprimir y aplicar el terror sobre las columnas comunistas y revolucionarias, cuestión que sin dudar han llevado a efecto las sangrientas y cobardes clases reaccionarias. Era tarea contrarrevolucionaria de primer orden contener y derrotar la revolución, e impedir de facto que el ejemplo bolchevique se propagara por el mundo. Los representantes civiles y militares de los magnates del gran capital también debían reorganizar políticamente la sociedad, moldearla con el fin de contener la revolución. Ello requería reestructurar el Estado, ajustarlo en todos los terrenos, y levantar una forma o sistema de gobernar correspondiente, para golpear a la clase y al pueblo.

Represión, terror y corporativización

Como explicábamos no basta el terror, no basta la represión sangrienta, Rusia misma es un buen ejemplo de que el terror, la crueldad, el castigo abyecto, la tortura y la represión salvaje sobre el movimiento obrero revolucionario y su vanguardia, no son suficientes para conjurar la victoria de los oprimidos. El terror y la violencia son medios para imponer los objetivos políticos, y los objetivos políticos expresan de forma concentrada los intereses económicos de las clases reaccionarias en este caso.

Algunas fracciones de las clases gobernantes de los países imperialistas comprendieron que para sobrevivir y prevalecer debían generar una nueva forma de organizar la sociedad, pues la “democracia representativa burguesa” ya no era suficiente para contener el avance revolucionario de las masas, para sostener la dictadura burguesa, pues la lucha de clases había sobrepasado con creces las formas demorepresentativas. Para golpear y detener de manera efectiva a un movimiento obrero creciente y cada vez más unificado bajo la dirección de un partido comunista, y que ya contaba con la experiencia de un partido triunfante en Rusia, se requería encuadrar la sociedad en una nueva forma de organización, forma que respondía a las necesidades del momento y que aseguraba la continuidad de la dictadura burguesa, esa forma de organización era la corporativización y que contaba con la guía política del fascismo.

La corporativización es entonces la respuesta a la amenaza revolucionaria y se inspira en las viejas corporaciones medievales, pero en un contexto de desarrollo capitalista imperialista.

Su mismo nombre hace alusión a comprender o interpretar la sociedad como un cuerpo, con sus distintas partes. Cabeza manda al cuerpo, las clases dirigentes no van a usar sus manos para golpearse la cabeza. Las manos y piernas serían las clases subalternas, cuya función principal es la de trabajar y producir bajo mandato de las clases dirigentes (cabeza). La lucha de clases sería una infección que inocularían artificialmente los comunistas y elementos destructivos o disolventes de la sociedad en el cuerpo social y que había que extirpar o aniquilar a todo precio. Entre la cabeza y las extremidades del cuerpo se situaban órganos intermedios, destinados a que el funcionamiento de la sociedad sea más efectivo, entre ellos los tecnócratas y las corporaciones. Los sindicatos quedaban reducidos a gremios cuya principal preocupación era servir a la producción y por ningún motivo alterar el “orden natural” de la sociedad, al contrario, su deber era combatir la lucha de clases como un tumor a extirpar, en especial a los promotores de ésta.

Indudablemente la represión y persecución al movimiento revolucionario es un imperativo, en el cual buscan embarcar a todos los organismos que componen e integran al Estado, con el fin de preservar el viejo régimen de explotación, el único orden posible para ellos. Políticamente, en cuanto a la expresión orgánica de sus intereses, el fascismo busca el ordenamiento social o estatal corporativo, apuntando a juntar al obrero, al patrón y al Estado.

Si recurre a la violencia o el terror, es para amedrentar, paralizar, domesticar, someter, pero en función de su camino político y la imposición de su ordenamiento corporativo.

En nuestro país, si Pinochet no pudo impulsar más el fascismo y la corporativización en la década de 1980 fue por el ascenso de la protesta popular, el desarrollo de la lucha armada y la lucha de masas; tiene que ver, sobretodo, con el creciente desarrollo de las organizaciones de masas en oposición a Pinochet, y no pudo avanzar más a consecuencia de las crisis mundiales y su profunda repercusión en Chile y la oposición de partidos demoliberales. El plan imperialista yanqui le impuso al alto mando del ejército chileno el tránsito a gobiernos surgidos de las urnas.

El fascismo y corporativismo, sin embargo, quedó impreso en la constitución del 80 y en una serie de instituciones, pero en un plano secundario respecto a la “democracia representativa”, cuestión que antes del año 80 esto no estaba del todo decidido.

Corporativismo y la economía

Muchas de las medidas adoptadas por un régimen fascista son para asegurar el capitalismo burocrático (tipo de capitalismo que el imperialismo consiente que se desenvuelva en sus semicolonias), y muchas de sus leyes son para corporativizar, para reajustar el Estado y fortalecer el viejo orden. El fascismo y la corporativización por ningún motivo son opuestas a las medidas en pro del capital imperialista y del capital monopolista no estatal. Al contrario, tales medidas se volvieron necesarias para la implementación de las medidas así llamadas “neoliberales”.

Se potencian los grandes gremios de productores. Si bien es cierto el comercio puede quedar abierto al exterior, igualmente serán monopolistas quienes lo controlen: es el Estado el garante de esto. Para el resto del comercio no monopolista, quedan jerarquizados y controlados por el Estado. Se aspira también a que los sindicatos de trabajadores queden de facto integrados al Estado.

Bajo el capitalismo, la corporativización le sirve a éste, y por lo mismo no pueden desarrollarse formas de propiedad socialistas y no pueden confundirse las empresas estatales como si fuera una forma de propiedad común de las empresas. Mientras sea el sistema capitalista el dominante, por más que existe propiedad estatal sobre algunas áreas de la industria, nunca serán empresas socialistas propiamente tales.

El corporativismo no es únicamente un reajuste político al Estado, también es un conjunto de medidas económicas tanto para el mantenimiento y desarrollo de la gran propiedad, así como para incrementar la acumulación de capitales, concentrar la propiedad de la tierra, y así mismo, como medio para alcanzar lo anterior, debe desplegar la persecución al movimiento obrero y campesinos y de las demás capas del pueblo.

El corporativismo potencia una economía reaccionaria. El Estado interviene en un momento a favor del capital monopolista estatal para en otro potenciar el capital monopolista no estatal. El sistema político que desenvuelven tiene que ver con atar las masas al Estado a través de diversos organismos. Los resultados de la implementación de estas políticas varían de acuerdo a la intensidad de la lucha de clases y la oposición que se les presenten en cada momento (la revolución rusa o la revolución china son claro ejemplo de esto).

Por ejemplo, hoy en día el desarrollo del capital particular no estatal depende cada vez más de la intervención del Estado, no en el sentido, necesariamente, de desarrollar empresas estatales, sino en garantizar justamente la condición monopolista del capital, en asegurarle su desenvolvimiento, defender el orden de explotación imperante, y reprimir o restringir a las clases oprimidas de la sociedad (proletariado, campesinado, pequeña burguesía, burguesía media). Igualmente, el avance en la aplicación de estas medidas transforma a las masas en un vivero revolucionario.

Reajuste corporativo de la sociedad

En este sentido el corporativismo se levanta en el siglo XX como un sistema de gobierno, bajo la guía de una política fascista y sobre la base de la contradicción con la democracia burguesa representativa (expresadas en los textos constitucionales). Esta contradicción es también manifestación de las propias contradicciones entre distintas facciones de la gran burguesía, las que, indudablemente, se agudizan conforme se desarrolla la fuerza del pueblo y de la clase obrera, pues esta misma lucha lleva a la crisis de la democracia burguesa representativa. Por su puesto que estas contradicciones no implican combatir al fascismo con el criterio demoliberal, es decir, poner al proletariado a la cola de una de las facciones de la burguesía.

El reajuste corporativo de la sociedad apunta hacia la creación del Estado Corporativo, presentado en algunas ocasiones como “democracia social de participación plena”. Pero esta construcción política corporativa, por causa de la lucha de clases (en especial sus expresiones más agudas y manifiestas), torpedean este reajuste, quedando muchas veces a medio camino. Es clave no confundirse: dicho Estado Corporativo no cambia la naturaleza de clases de la dictadura burguesa, en nuestro caso dictadura conjunta de terratenientes y grandes burgueses al servicio del imperialismo, yanqui principalmente.

En sentido estricto, el corporativismo monta el Estado en base a corporaciones, implica la negación del parlamentarismo, y como una respuesta a la crisis de este. Es a través del ejecutivo que, de forma creciente, comienzan a dictarse las leyes más importantes del país, tendiendo a disminuir la función del parlamento por el propio empantanamiento de este. El corporativismo afirma que frente al liberalismo que centra en el dinero y contra el comunismo cabe levantar un gobierno basado en sistemas corporativos al igual que los modelos medievales. En el pasado estuvo muy ligado al catolicismo. Se apunta a la creación de corporaciones agrarias, industriales, comerciantes, artesanos, de profesionales, técnicos y trabajadores respectivamente, a los estudiantes, fuerzas armadas y policiales, todos ellos nombran delegados y se integran a un sistema corporativo, fuertemente ligadas al Estado, es decir organizar a los productores corporativamente. Esto puede variar de país en país. En Chile la propia CONARA y la regionalización después de 1973 tuvieron esta inspiración. Incluso la imposición de esto en Chile después de 1980 se debilitó pues a nivel internacional el imperialismo yanqui estaba promoviendo el recambio de gobierno por formas “democráticas representativas”. Lo importante a entender es que el Estado burgués, en general, tiene un proceso de desarrollo y que es proceso de desarrollo el que lo lleva a un sistema fascista y corporativo.

En resumen. El fascismo y la corporativización no son caricaturas, no son individuos rapados tatuados con esvásticas, con banderas nazi y ojos desorbitados. Es una forma de respuesta política y orgánica de los magnates del gran capital, respuesta manejada directamente o a través de representantes, a la lucha del proletariado consciente. Esto, por un lado, pero también es una lucha contra otros sectores o fracciones de la burguesía que confían en la “democracia representativa” como medio para enfrentarse en la aguda lucha de clases. Los fascistas también baten contra estos últimos. Entre uno y otro sector de la gran burguesía, se desenvuelven otros sectores que están en el dilema si apoyar a cualquiera de los otros dos.

Por último, las formas o sistemas del Estado y los sistemas políticos para gobernar, en una sociedad compuesta por clases distintas y opuestas, son una respuesta a las necesidades que la lucha de clases imprime a la lucha política y a la estructuración del Estado en cada momento, y más aún cuando la lucha política se transforma en lucha armada o guerra popular.

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